El Mundo

Guía para no perderse en el laberinto político brasileño

Dilma Rousseff se enfrenta a un complejo proceso de destitución y cuyo epílogo tendrá lugar durante los próximos días en el Senado.

por Manuel Pérez Bella

La crisis que zarandeó los cimientos de la política en Brasil y puso al borde de la destitución a la presidenta, Dilma Rousseff, está aderezada de toda una ensalada de jerigonza jurídica y de jerga callejera que ribeteó el diccionario del día a día de los brasileños.

Rousseff se enfrenta a un “impeachment”, un complejo proceso de destitución con numerosas etapas sucesivas en la Cámara de los Diputados y el Senado, cuyo trámite se inició el pasado diciembre y que tendrá una votación decisiva esta semana, con la que se podría sellar el “afastamento” o alejamiento temporal de la jefa de Estado.

La mandataria es acusada formalmente de haber cometido un “crimen de responsabilidad”, motivo fijado por la Constitución para poner en marcha este tipo de procesos destituyentes.

Según la parte acusadora, este “crimen” se produjo en las “pedaladas”, que no se refieren a los paseos que Rousseff suele dar en bicicleta cada mañana en el entorno del palacio de la Alvorada, sino a unas maniobras contables consideradas irregulares el año pasado por el Tribunal de Cuentas.

Convencida de que el juicio político oculta otros intereses, Rousseff acusó de “golpistas” y “conspiradores” a los otros dos personajes claves de esta telenovela, el vicepresidente Michel Temer, quien la sustituirá si es destituida, y el presidente de la Cámara de los Diputados, Eduardo Cunha.

Cunha, apodado “cangrejo” en una lista de pago de sobornos de una constructora y llamado “Mi Malvado Favorito” por muchos brasileños, fue quien puso en marcha el proceso contra Rousseff, pero esa maniobra le costó ser apartado del cargo por un caso de corrupción en el que es investigado en el Tribunal Supremo.

El caso de corrupción que puso a Brasil patas arriba es conocido popularmente como el “Petrolão”, porque la petrolera Petrobras está en el ojo del huracán de la operación policial que fue el inicio de todo, que se llama “Lava-jato”, una palabra con la que se conocen los lavaderos automáticos de automóviles y que, como en la serie “Breaking Bad”, también se usaban para lavar dinero.

Otra serie por la que se trazaron paralelismos es el drama político “House of Cards”, pero en Brasil nadie duda que las maquinaciones de Eduardo Cunha dejan en pañales a las de su maquiavélico protagonista, Frank Underwood.

La “Lava-jato” elevó al juez Sérgio Moro a categoría de héroe nacional para los opositores, que son llamados de forma despectiva “coxinhas”, y a la de enemigo público número uno por parte de los “petralhas”, un término derivado del Partido de los Trabajadores (PT) nada cariñoso para los seguidores de Rousseff.

El caso se tejió con una creciente red de “delações premiadas”, los acuerdos de colaboración con la justicia que firmaron 57 reos que posaron esposados ante las cámaras acompañados siempre de un policía ahora célebre, apodado el “japonês da Federal” por su ascendencia nipona.

Los empresarios, que hablaban en clave en sus “negociatas”, pagaban cuantiosos “acarajés” o “pixulecos” en efectivo a los políticos que permitieron las corruptelas, con lo que se repitieron prácticas y también algunos protagonistas del “Mensalão”, el escándalo que puso de rodillas al Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva en 2005.

Ahora las investigaciones llegaron hasta la mismísima Rousseff y a Lula, a quien indagan para aclarar si es dueño de un “tríplex”, un apartamento de tres pisos en la playa, y del “sítio de Atibaia”, una finca rural a nombre de amigos y donde el expresidente tenía hasta un par de “pedalinhos”, unos botes a pedal con forma de cisne.

El cerco sobre Lula, que incluyó “grampos” o escuchas telefónicas, aceleró la crisis y llevó a Rousseff a nombrarlo ministro de la “Casa Civil”, la cartera más importante del Gobierno, con el supuesto objetivo de protegerlo con el “fuero privilegiado” que está aparejado a ese cargo.

Pero después de una guerra de “liminares” o decisiones cautelares en la Justicia, el Tribunal Supremo suspendió este nombramiento, aunque supuso el detonante para que los partidos aliados a Rousseff abandonasen el barco.

También caldeó los ánimos en las calles, donde hubo “panelaços” o cacerolazos, y se vieron globos gigantes como el pato de goma con el que los industriales dicen que no van a “pagar el pato” de la crisis o el “Pixuleco”, un Lula vestido de presidiario, que enfadó a la izquierda al punto que un día fue apuñalado por un “petralha” infiltrado.

Los incondicionales de Rousseff acusan a los opositores de ser un bando de “reaças” (reaccionarios), la “elite blanca” que pretende acabar con los programas sociales, en especial con el “Bolsa Familia”, y del otro lado, se acusa a los izquierdistas de acudir a las manifestaciones -en las que corean incansables “Não vai ter golpe”- con el único incentivo de recibir a cambio un bocadillo de “mortadela”.

Si bien es verdad, la gran mayoría de los diputados que votaron sí al “impeachment” aludieron a “Dios” o a su “familia”, para decirle a Rousseff con alevosía “tchau, querida” (chao, querida), frase con la que se despidió Lula de forma cariñosa por teléfono y que, probablemente, se la dirán a coro los senadores en los próximos días.

EFE.

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